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El viejito de la quebrada
Era una cálida tarde del mes de agosto. Raúl y Juanito atravesaron el pueblo de Santa Ana y se dirigieron a la parte alta en donde entre cafetales y árboles discurre una quebrada que es la delicia de los niños, especialmente en vacaciones.
Cinco pasos adelante…
“Cinco pasos adelante…, cuatro pasos hacia atrás…”.
El viajero se detuvo a contemplar al hombre que caminaba y parecía estar siempre en el mismo lugar, en rítmico vaivén: “Cinco pasos adelante…, cuatro pasos hacia atrás…” De Santa Ana a San Joaquín, de San Joaquín a Santa Ana… El hombre caminaba lentamente, como si estuviese en un ceremonial sagrado. Él sabía cuándo llegar a San Joaquín, tenía contados los pasos, disfrutaba en ese andar y retroceder y si alguna persona al pasar le decía: “¡Ya vas a llegar!”, o le hacía algún comentario, él sonreía inocentemente con la alegría de los niños y de los espíritus nobles. Así se pasaron los días, los meses y los años… Un toro, un caballo, un viajero…, todos pasaban, pero él continuaba impasible: “Cinco pasos adelante…, cuatro pasos hacia atrás…”.
María La Gorda
Los dos amigos salieron de San Joaquín de Navay al amanecer, dejaron atrás el poblado y se internaron entre los pajonales. Calzaban botas altas y al hombro llevaban un morral y una escopeta. Iban hasta el río a cazar chigüires para vender en la ciudad.
El puente de La Ratona
El cielo azul marino tachonado de estrellas era la única nota brillante de aquella noche oscura. A la vera del camino se alineaban los árboles y matorrales semejantes a encapuchados en procesión. La carretera en ascenso alumbrada solo por luces de los automóviles que de tarde en tarde pasaban por el lugar. Las casas de los alrededores estaban apagadas. Todo era quietud, apenas se oía el croar de las ranas y de los sapos cerca de la quebrada. Eran las doce de la noche.
El cerro Negro
Atravesando la población de Santa Ana y tomando a la izquierda un camino de penetración que desciende y vuelve a subir hacia Cerro negro, pasando por aldeas de La Chucurí, La Blanquita y la quebrada del mismo nombre, se llega al pie del cerro, casi tapado por el boscaje. En esta zona busco refugio el cacique Manaure.
El hombre de la urna
Hace algunos meses visité a mis parientes en Monte Carmelo. Cuando llegué al pueblo, una mañana fría de diciembre, contemplé un paisaje extraordinario: las casas de teja con amplios aleros sostenidos por horcones, los jardines con flores multicolores, las calles empinadas, los cafetales, frondosa vegetación y en la lejanía las montañas, pero, todo envuelto en finos girones de niebla donde, de trecho en trecho, se filtraban los rayos del sol. Sentí una gran emoción al dirigirme a la casa de los Sayago. Allí me recibió mi primo Chucho quien llamó a gritos a Rita, su esposa y a toda la muchachada.
El tarrayador del río Uribante
Un cálido y luminoso día de mayo pescaban unos amigos en el río Uribante. Estaban más abajo de El Milagro, en las Tres Esquinas. Amarraron la lancha a un árbol de la orilla y lanzaron sus atarrayas. El río en su cauce normal. Las aguas límpidas y frías corrían de la montaña al llano. En sus orillas se veían extensas playas y tupida vegetación; en otras el agua llegaba profunda hasta las riberas.
El soldado de Vega de Aza
Antonio venía con su ayudante de vender su mercancía en el Llano. Se detuvo un momento en la alcabala de La Pedrera. El guardia le preguntó:
– ¿Puede darle la cola al joven?