Luego de una semana fuera de casa, Pablo, el camionero, regresaba a Colón. Venía despacio manejando su pesado vehículo y en la semipenumbra de la noche veía con agrado el paisaje familiar.
Pensaba: «Llegaré temprano, hace poco se ocultó el sol y aun se puede ver. Me falta muy poco para llegar a Colón. Estoy llegando a la Carbonera». Miró a la derecha, al borde de la cuneta estaban unos jóvenes que le hacían señas para que se detuviera y los llevara. Pablo detuvo la marcha y se orillo. Se fijo en los muchachos, contó tres, todos estaban agarrados de la mano. Les dijo: