La Virgen de «El Cobre»

Un valle fértil de ricos y abundantes pastos, de tierras de sembradío dedicadas a las hortalizas, caña de azúcar, trigo y frutos menores, famosas por el caimito y el guineo cobrero. En El Cobre todo es verdor, armonía, trabajo y prosperidad. Sus calles inclinadas de casas coloniales de ventanas de hierro forjado, de patios plenos de flores y de huertos abundantes, alojan gente laboriosa. En su río El Valle, numerosos molinos mueven el trigo recogido en las alturas. Varias plantas eléctricas mueven las industrias y dan luz al pueblo que aún se alumbra con velas y candiles de carburo. Por dondequiera que se pose la vista hay verdor, belleza y armonía; en este laboriosos valle la gente vive feliz, hasta que un día…

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La Copita de Oro

Cuando tenía catorce años vivía en Venegara con mi madrina la señora Domitila. La luz eléctrica se está implantando en El Cobre, pero no se había extendido a los contornos. Eran las ocho de la noche. Mi madrina me pidió que fuera a la pulpería de Don Nemesio distante unos kilómetros, a comprarle unas velas. Sin muchas ganas tome el camino. La noche estaba oscura, apenas algunas estrellas titilaban hacia el oriente.

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El camino Real de El Cobre a Seboruco

Entre los encantos dejados por los indios Bocaqueos en las cercanías de El Cobre, están los del camino real de El Cobre a Seboruco.

Los arrieros transitaban por el camino que pasaba por la Ramada, Angostura, Guacaveca, Santa Ana, Salina, Seboruco, y también por El Vallado, las Vegas y Los Loros. Al bordear el cerro encantado, iban con mucha preocupación y dejaban de trecho en trecho un  paquete con chimó, tabaco o sal. El que no lo hiciere caería en los encantos de los indios. 

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El barranco Los Colorados

Bajando por la Carretera Trasandina, de los Mirtos hacia El Cobre, poco antes de llegar a la población, se ve el Barranco Los Colorados o de La Mina. 

El barranco de tierra rojiza parece una gran herida por donde se desangra la montaña. El paisaje verde y cultivado, en esta zona es inhóspito y deshabitado según nos acercamos al Barranco Los Colorados. Detenemos el automóvil para completar el panorama, a nuestros pies corre rumoreante el río El Valle: en estos momentos tranquilos y de aguas transparentes, otras veces, en época de lluvia, de aguas tumultuosas y sucias. Mi acompañante me dice:

– Fíjate en el barranco. Cuando era pequeña solía ir con mis hermanos a coger leña por esos lados. No nos acercábamos mucho a él. Teníamos miedo de todas las cosas que nos decían.

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