Atilio

Está amaneciendo, la neblina cubre la montaña, por un camino sinuoso baja un anciano. Su paso lento, parece que caminara entre la bruma. Poco a poco se aclara el día y las nubes se colorean de rosados y violetas. El anciano sigue su camino, se detiene y su mirada triste se posa en la primera casa de la aldea El Abejal, sus ojos se iluminan al ver la puerta abierta, llama con un “¡Buenos días nos de Dios!” y una señora de mediana edad lo saluda:

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El cementerio de Palmira

Una calle en las afueras del pueblo, que a pesar de estar asfaltada presenta muchos huecos y desniveles. El cementerio, un lugar tétrico, rodeado de un muro de tierra pisada, medio derruido y apuntalado en algunos lados con columnas de cemento. Del interior, sobresalen por las altas paredes sin pintar: pinos tristes, árboles ornamentales y enredaderas. La gente del pueblo no transita por esta calle, aunque tarden más, dan la vuelta y pasan por otro sitio. Si por casualidad tienen obligatoriamente que cruzar este paraje lo hacen en grupo. Dicen que salen espantos de día y de noche. Esto corre de boca en boca y cuando llega a Palmira un nuevo habitante enseguida lo ponen al corriente de la situación.

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