El paso de la culebra

Del mirador hacia El Pueblito la carretera desciende hasta El Tope para luego continuar en ascenso. En lo más profundo posee sinuosidades parecidas a las de un reptil, de ahí que reciba el nombre de «El paso de La Culebra». En este punto la carretera permanece casi en penumbra debido a los árboles. Desde este lugar parte un camino vecinal hasta el poblado. A sus orillas, bucares y guamos protegen al caminante de los rayos del sol.

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El pozo de los deseos

Una mañana fresca y luminosa llegamos a Peribeca. El pequeño pueblo en aquellas horas lucía radiante: el cielo azul intenso, las montañas verdesazules y la atmósfera transparente, la brisa traía olor a savia, a flores. Caminamos despacio por las calles semidesiertas hasta llegar a una casa de amplios corredores. Sus dueños amablemente nos invitaron a tomar un café y luego nos condujeron a la parte posterior de la casa. En terreno ligeramente inclinado estaban sembrados ciertos de frutales, más allá, sembradíos de hortalizas y un pozo. Don Luis dijo:

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El Duende de Agua Blanca

En las cercanías de Santa Rita pasa la quebrada Agua Blanca, llamada así por sus aguas cristalinas. A su alrededor, suaves valles de colinas dedicados al cultivo de caña, café y frutos menores. Guamos, Pomarrosas y Bucares bordean los senderos y las fincas. Los niños juegan felices en los caminos.

Pablito tiene ocho años, blanco, ojos negros; alegre y vivaracho disfruta echando piedritas en la quebrada. Salió de casa y camina cantando por las piedras que bordean Agua Blanca. Encuentra un niño de su edad y los dos juegan y conversan animadamente. Ya son amigos.

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El Silbaperros

Aquella noche, después de la cena nos sentamos en la sala a escuchar a Doña Elena. Ella nos contaba anécdotas de Peribeca y de sus primeros habitantes. Cuando sonaron las doce campanadas en el reloj del comedor todos nos miramos interrogantes «¡Que rápido había pasado el tiempo!». Ella con voz pausada dijo:

– Muchachos, es necesario descansar vayan a dormir.

Se apagó la luz. En la lejanía se oyó un silbido seguido de un aullar de perro.

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La Piedra de Las Brujas

Nicolás atravesó las calles de Peribeca, paso por delante de la pequeña iglesia de piedra y se encamino hacia la montaña. Había ido al pueblo a visitar a unos amigos y luego, pasó lo de tantas veces, se había excedido en la bebida. Entretenido como estaba no se dio cuenta que oscurecía. Se puso de pie y se tambaleó, dijo mirando hacia afuera:

– Me voy, amigos, ya es noche.

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La quemada del zamuro

 

La finca del abuelo se llamaba La Arboleda. Estaba situada en la aldea El Tope y se llegaba a ella por un camino real que partía de El Mirador. Estaba rodeada de guamos, bucares y pomarrosas. Se dedicaba especialmente al cultivo del café, aunque también, a hortalizas y frutos menores. Mi abuelo Jerónimo había construido una casa de teja, sostenida por horcones con amplios aleros y corredores. En época de recolección la finca se colmaba de bullicio y risas con los recogedores de café y con los arrieros, pues el camino real era el paso obligado hacia otras poblaciones. En los últimos tiempos en la Arboleda estaban ocurriendo cosas extrañas. El abuelo maliciaba una sirvienta llamada Juanita y le decía a la abuela:

– No me gusta nada esa mujer, su aspecto es repelente.

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