Capilla del Niño Jesús. Llanitos, Cordero

Abandonado en un viejo cajón de madera encontró Edita Sánchez al llamado milagroso Niño Jesús del Llanito, en un parque de la ciudad de Valencia, estado Carabobo. Tiempo después, ella con mucho esfuerzo logró hacerle una capilla, pues él le salvó su vida.

Hacia finales del año 1968 Edita Sánchez se enfermó gravemente, su hija Marina decidió entonces llevarla a Valencia en busca de la cura para su padecimiento. Durante su estadía en esa ciudad se paseaba por un parque cuando allí, al lado del camino tropieza con un viejo cajón de madera en donde se encuentra un muñequito de plástico que no tenía pie ni mano; Edita recogió la figura: “Jugué un buen rato con él, pues tenía un atractivo muy especial para mí, luego lo guardé en una caja de fósforos y me la llevé conmigo”. Al terminar el tratamiento para su enfermedad decidió no desprenderse más de su muñequito querido como lo llama cariñosamente, se lo trajo para Cordero sin imaginarse siquiera lo que esto significaría para su existencia.

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El geniecillo de los pozos azules

A pocos kilómetros de Lobatera, en un hermoso paraje entre piedras y matorrales la quebrada Pozos Azules deja entre las piedras varios pozos que por la profundidad de sus aguas se ven azules, de ahí su nombre. Allí van todos los lugareños a pasar ratos de esparcimiento, especialmente en los días calurosos de verano.

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El encadenado de Michelena

Volví a Michelena después de muchos años: las calles empedradas habían desaparecido, las casas y las plazas estaban diferentes, el tiempo lo había cambiado todo. Mi abuelita, a pesar de sus años lucía ágil y bella con su color de nube. Se movía de un lado para otro dando órdenes y arreglando la casa, me dijo:

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La mujer de la termoeléctrica

Estaba oscureciendo. En el ocaso algunas nubes coloreadas de rosado se iban esfumando. Poco a poco las casas, las montañas y los árboles iban perdiendo sus contornos y se transformaban en masas oscuras. Carlos viajaba en automóvil de La Grita a La Fría, tenía que estar a las ocho de la noche en una reunión. Iba despacio, atento a la carretera ondulante. De pronto detuvo su marcha. Al borde de la carretera estaba una mujer de apariencia hermosa. Le dijo:

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La cola de La Carbonera

Miguel y su familia viajaban hacia Maracaibo luego de unas vacaciones en el Táchira. Poco después de las seis pasaron por Michelena. La montaña y las cosas comenzaron a borrarse. Las nubes aún tenían pinceladas de color que poco a poco se iban esfumando. A la izquierda veían precipicios, a la derecha cerros cubiertos de hierba y piedras.

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El pozo encantado de Boca de Monte

Cerca de Michelena, por una carretera entre páramos, valles y precipicios se llega a Boca de Monte. Si continuamos la vía salimos al páramo de El Zumbador. El caserío entre montañas, de clima fresco, amanece cubierto por la bruma. Cuando esta descorre su cortina se ven casitas blancas y el grupo escolar rodeado de pinos, sauces y eucaliptos. Por el camino nos detenemos a comprar cuajadas envueltas en hojas de bijao.

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El devoto de las ánimas

Hace unos años, vivía frente a la Plaza Mayor de Lobatera, una familia muy devota a las ánimas. Siempre se encomendaban a ellas al iniciar sus faenas en el campo y sobre todo cuando tenían que emprender algún viaje. Don Luis, que así se llamaba, había tenido un encuentro con unos montañeses y entre ellos quedo cierto rencor. Una tarde, bajaron de la montaña con intenciones de matar a don Luis. Los montañeses cruzaron el pueblo a galope y se detuvieron en la plaza, luego, amarraron sus caballos en las rejas de la casa de don Luis y entraron al zaguán. Sin llamar, empujaron la puerta. Caminaron por el corredor y penetraron en la sala. En ella había un ataúd, junto a él, un numeroso grupo de mujeres vestidas de negro que lloraban y rezaban. Asombrados, miraron a todas partes, el que los dirigía comentó:

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El caballo negro

La carretera estaba solitaria y oscura. Manuel se desplazaba con su automóvil de la Fría a Seboruco, iba a gran velocidad. Estaba preocupado, las diligencias y las visitas se habían prolongado demasiado, no le agradaba transitar por allí cerca de la media noche. El aire cálido de La Fría se iba tornando fresco a medida que ascendía. Adivinaba los árboles, las casas y las montañas: “Pronto estaré en Seboruco”. Se tranquilizó, en la lejanía divisó unas luces. De pronto en un cruce vio un caballo negro a galope con las crines al viento. Con la velocidad que trata no pudo frenar y chocó con el brioso animal. Cerró los ojos y sintió el golpe. Instantáneamente se erizó y aumentó la velocidad. Pensaba: “Lo he atropellado”.

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